Antes del siglo XX, algunos
filósofos se plantearon la posibilidad de existencia de seres inteligentes
extraterrestres. Podemos citar a Lucrecio (De
Rerum Natura, libro II, siglo I a.C.), Nicolás de Cusa (siglo
XV), y Giordano Bruno (siglo XVI). La idea fue adoptada con alegría por los
escritores de ciencia-ficción, como Luciano de Samósata (Vera Historia, siglo II) y Cyrano de Bergerac
(Historia cómica de los estados e imperios de la
Luna, 1656), de los que hablé en otro
artículo.
Durante el siglo XIX, la atención del público se centró en posibles habitantes inteligentes de otros astros del sistema solar, especialmente la luna y Marte. En 1835, el diario Sun de Nueva York publicó seis reportajes falsos en los que declaraba que se había descubierto la presencia de hombres voladores en la luna. Se dice que nueve de cada diez estadounidenses lo creyeron. En realidad, el Sun publicó una novela de ciencia-ficción como si fuera real, haciendo referencia a personas existentes, como el astrónomo Sir John Herschel. Casi al final del siglo, la novela de H.G. Wells La guerra de los mundos (1898) planteó la posible existencia de marcianos, coincidiendo con la polémica científica sobre los canales de Marte, que no quedó definitivamente resuelta hasta 1965.